Todo empezó con un susurro.
Un runrún en la cabeza que cada vez más a menudo aparecía.
Después se intensificó, ya era diario y cada vez duraba más.
Ahora, ya en pleno apogeo me está preocupando: Hablo sola. Bueno, con Buck, pero es como hablar sola porque lo único que hace es mirar con cara de «pero qué me estás contando si yo lo único que quiero es»: (por este orden)
– Comer
– Comer (de nuevo)
– Que me tires la pelota de una vez
– Que me rasques un ratín la barriga
No me doy cuenta y le hablo yendo por la calle. La gente me mira como si estuviera loca. Los únicos que no lo hacen son los otros chalados como yo, que tienen perro y también les hablan.
Pero me sirve de terapia y me desahogo con él, que como no dice nada y le chantajeo con lo anteriormente mencionado, aguanta estoicamente. Creo que de vez en cuando desconecta porque se le cierran los ojos. Pero vamos, que comparando este comportamiento con un hombre, no hay mucha diferencia... (que ningún maromen se me ofenda, por favor).
Bueno, al grano. Esta receta por el colorido que tiene podría ser perfectamente una receta de primavera. Lo sirves y la mesa se llena de color y alegría. Sería perfecta también servida como aperitivo en un vasito con unas lascas de salmón, a que sí?
Una delicia. Mira que no estaba convencida del todo cuando la hice, pero confieso que la he repetido varias veces y siempre me he relamido.
Podéis ver la receta en el Magazine de Otoño, en la pág. 23.
Espero que os guste y que disfrutéis del fin de semana!
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