Todo empezaba a finales de julio, cuando mi hermana y yo (más yo, no nos vamos a engañar), íbamos a la tienda de chuches y llenábamos un bolsa bien grande, paro lo que nos acontecería al día siguiente.
Chuches, patatas fritas y pipas. La despensa bien llenita para las 12h en coche que nos separaban «del pueblo».
No hace falta aclarar (o eso espero) que por aquel entonces, el «aire acondicionado» en el Renault 12 (porque hablar del Seat 127 ya es remontarme demasiado lejos..) era un abanico o revista de tapas duras junto con media cabeza asomando por la ventana que sólo se podía abrir hasta la mitad y chillidos de una madre anunciando tu inminente decapitación.
Cuando el radiocassette llegó al coche, llegó al mismo tiempo la alegría de dos niñas por escuchar a Hombres G tooooodo el camino, la desesperación de dos padres y las broncas por escuchar otra cosas que no fueran canciones ñoñas con voz de gato (frase de mi padre).
Todo ello acabó con unos walkmans y una niña (yo) berreando al son de Marta Sánchez para que todo el mundo sufriera escuchara lo bien que cantaba…. Qué paciencia!
Después de un montón de horas, de muchos descansos para ir a baños, estirar las piernas, comer pollo frío y tortilla de patatas, llegábamos a nuestro destino: una aldea a 20 km de Santiago de Compostela donde nos reencontrábamos con amigos y familia a la vez que los niños nos asalvajábamos ante la libertad, el buen tiempo y las pocas preocupaciones que teníamos por aquel entonces.
Lo primero que hacíamos era pedir a mi padre o a mi tío que nos montaran el columpio en la higuera. Una higuera fantástica con una ramita horizontal que nos iba de maravilla para poder poner una especie de columpio hecho con una madera y dos cuerdas. Más de una vez dimos con nuestras pequeñas y tiernas posaderas en el suelo…
Recuerdo el olor de aquella higuera y de sus frutos como si fuera ayer, es uno de mis aromas preferidos. Cada vez que paso por delante de una, me quedo un ratito allí, parada para intentar absorber ese aroma que me transporta a la niñez, al verano y a Galicia.
Estos higos son morados, no como los de mi querida higuera que eran verdes, pero son igualmente buenos.
Este montadito es fantástico para una cena informal o un aperitivo. Se hacen en un momentín y son fantásticos.
Espero que os guste y que disfrutéis de la semana!
Esta semana en Espacio Restauración podéis ver «Cómo crear una carta rentable».
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